25 de Enero de 2021
Las infecciones agudas del tracto respiratorio son una causa importante de morbilidad y mortalidad en todo el mundo, como lo demuestran las epidemias de influenza estacional y el reciente brote de la enfermedad por coronavirus, COVID-19, causada por la infección por SARS-CoV-2. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que en todo el mundo, la influenza estacional por sí sola produce entre 3 y 5 millones de casos de enfermedades graves que requieren hospitalización y entre 290000 y 650000 muertes al año.
Con la llegada del COVID-19 en un contexto en donde no se tenían certezas sobre el desarrollo de vacunas efectivas para combatir este nuevo virus, es que se comienzan a investigar alternativas relacionadas con el fortalecimiento del sistema inmunológico. Este sistema, defiende al cuerpo de organismos invasores extraños promoviendo la inmunidad protectora, mientras mantiene la tolerancia hacia el propio cuerpo.
El sistema inmunológico se vale de los micronutrientes (Vitamina A, Vitamina E, Hierro, Ácido fólico, Vitamina C, Vitamina B12, etc.), entre otros componentes, para poder llevar a cabo todos los procesos necesarios y mantener protegido nuestro cuerpo.
En la población mundial se está dando una compleja situación frente al COVID-19. En principio, no tenemos anticuerpos que puedan detener su actuación. Por ello, el consejo nutricional es clave en este preciso momento. Hay evidencia científica, a partir de los estudios en animales de experimentación y en humanos, sobre el papel beneficioso que tiene la nutrición antioxidante para conseguir que nuestro sistema inmune funcione de forma adecuada. El consejo general es comer una dieta rica, equilibrada y coloreada con especial énfasis en frutas y verduras, con el fin de aumentar la ingesta de antioxidantes, nutrientes asociados, y así aumentar nuestras defensas. En cuanto a la población más vulnerable, el consejo es incrementar la ingesta de ciertos micronutrientes a través de suplementos, en particular, zinc (30 mg - 220 mg / día), vitamina E (134 mg - 800 mg / día), vitamina C (200 mg - 2 g / día) y especialmente, para aquellos que presentan bajos los niveles de vitamina D, se recomienda una ingesta de 10 μg - 100 μg / día.
Se ha observado que estos micronutrientes son capaces de mejorar la inmunidad específica, precisamente la encargada de generar más anticuerpos. Si bien no hay resultados definitorios sobre la protección o alivio que estas medidas nutricionales
pueden ejercer contra la infección por el COVID-19, desde un punto de vista pragmático, estas recomendaciones tienen sentido para fortalecer el sistema inmune y la salud de la población antes, durante y después de la infección por el COVID-19. [2]
La vitamina D ha sido reconocida durante mucho tiempo como esencial para el sistema esquelético promoviendo la homeostasis del calcio (acciones esqueléticas o clásicas) y la salud ósea. Mejora la absorción de calcio en el intestino delgado y estimula la diferenciación de los osteoclastos (células multinucleadas, móviles y gigantes que degradan, reabsorben y remodelan huesos) y la reabsorción de calcio de los huesos además de promover la mineralización de la matriz de colágeno en el hueso. En los últimos años, se ha reportado que la vitamina D también participa en la regulación de numerosos tejidos y órganos a través de lo que se conoce como las acciones extraesqueleticas o no clásicas de la Vitamina D. [3]
La evidencia más reciente sugiere que también juega un papel importante en la regulación del sistema inmunológico, incluyendo las respuestas inmunes a la infección viral. Las implicaciones de la deficiencia de vitamina D en el sistema inmunológico se han vuelto más claras en los últimos años; dicha deficiencia, puede conferir un mayor riesgo de influenza e infección del tracto respiratorio (esta deficiencia también es frecuente entre los pacientes con infección por VIH).
Los experimentos de cultivo celular apoyan la tesis de que la vitamina D tiene efectos antivirales directos, particularmente contra virus envueltos (poseen una capa externa resistente que los protege). [2]
El mecanismo de acción de COVID-19, puede llevar a una respuesta excesiva de inflamación y a la alteración de la respuesta inmune; y ser causante del espectro de manifestaciones clínicas ya conocidas (fatiga, dolor muscular, cefalea, fiebre, entre otras).
A continuación se describen algunos puntos interesantes respecto a la Vitamina D:
La autofagia es un proceso homeostático y de degradación celular que remueve proteínas y organelas dañadas, el cual está implicado en la defensa contra las infecciones virales. Se ha demostrado que el calcitriol (*I) puede inducir autofagia en monocitos. COVID-19 bloquea este proceso al inducir la síntesis de una proteína (proteína quinasa 2) que favorece su acelerada replicación e infectividad.
Diversos estudios experimentales mostraron que la Vitamina D puede inhibir esta
proteína, y esto permitiría recuperar el mecanismo de autofagia reduciendo la replicación viral y, por lo tanto, la carga viral y sus potentes efectos inflamatorios.
La pared alveolar depende, en su permeabilidad, de las uniones entre las células epiteliales y células endoteliales capilares; es por ello que la disfunción de dicha pared está relacionada con la gravedad de la lesión pulmonar. La vitamina D mantiene las uniones estrechas, gap(*II) y de adherencia del epitelio respiratorio. Esta función es fundamental, ya que la acción destructiva del virus sobre ellas puede llevar a la alteración del tejido y, por ende, a la progresión de la infección viral y sobreinfección por otros microorganismos, como bacterias, siendo un mecanismo fundamental para el progreso, por ejemplo, a un cuadro clínico de neumonía.
La Vitamina D actúa como intermediaria entre la inmunidad innata y la adaptativa a través de su influencia sobre la presentación de antígenos. En relación con la inmunidad adaptativa, la 1,25(OH)2D tiene efecto sobre diferentes poblaciones de linfocitos T de forma directa o indirecta o ambas. Reduce la producción de citoquinas y quimioquinas (*III) proinflamatorias y favorece la expresión de citoquinas antiinflamatorias. Estas acciones disminuirían los procesos inflamatorios y el riesgo de la “tormenta de citoquinas”, que contribuyen al empeoramiento y complicaciones de las infecciones virales respiratorias. [4]
La fuente natural de Vitamina D3 (*IV) en el ser humano, es su síntesis en la piel por exposición a la radiación ultravioleta B (UVB) del sol de 290 a 315 nm de longitud de onda. Así se transforma la provitamina D3 (7-deshidrocolesterol) en la previtamina D3 que rápidamente se convierte en vitamina D3 (colecalciferol), en un proceso dependiente de la temperatura.
Una vez formada, la vitamina D3, ésta se metaboliza en el hígado, transformándose en calcidiol que luego, en el riñón (aunque también en las células inmunes sucede), se convierte en calcitriol (forma más activa).
El calcitriol actúa estimulando la síntesis de una proteína ligadora, que aumenta la absorción intestinal de calcio. Junto con la hormona paratiroidea, el calcitriol regula el transporte del ion calcio desde el hueso al líquido extracelular, regulando su homeostasis. Se une a globulinas de transporte y se deposita principalmente en el hígado y en reservorios de grasas. [5]
Su déficit es un problema de salud pública, provoca problemas en la absorción de calcio y fósforo, raquitismo, riesgo de osteoporosis, de caídas y la probabilidad de fracturas en adultos mayores.
Las personas pueden sufrir deficiencia de vitamina D por no consumir o no absorber suficiente cantidad de esta vitamina de los alimentos, porque su exposición a la luz solar es limitada, o porque sus riñones no pueden convertir la vitamina D a su forma activa en el organismo. [6]
Hay dos fuentes dietéticas posibles de vitamina D: la vitamina D3, o colecalciferol, de origen animal y la vitamina D2, o ergocalciferol, de origen vegetal.
La vitamina D3, además de generarse en la piel, está presente en el aceite de pescado. Solo unas pocas comidas son ricas en vitamina D; el salmón, el aceite de hígado de bacalao y la yema de huevo son algunos ejemplos. Pero debido a la poca cantidad de alimentos que la contienen, es que en muchos países hay altos niveles de alimentos fortificados con vitamina D; la leche, el jugo de naranja, algunos derivados lácteos, los cereales y el pan están fortificados con esta vitamina.
La vitamina D2 o ergocalciferol puede ser encontrada en alimentos de origen vegetal como las setas (champiñones y hongos maitake) que, en presencia de la luz solar, sintetizan vitamina D2. Esta vitamina también, es sintetizada a partir de fuentes vegetales, y se usa para fortificar alimentos, como los batidos de soja fortificados por ejemplo. Para consumidores veganos, una gran fuente de vitamina D2 son los alimentos fortificados: leches vegetales, cereales del desayuno, margarinas, yogures veganos, etc. [7]
Es importante tener en cuenta que la vitamina D3 es más eficaz para revertir un déficit de esta vitamina, por lo que resulta importante conocer que existen suplementos de vitamina D3 para veganos, normalmente extraídos de líquenes. [8]
Si bien la fuente más importante de Vitamina D debería ser la luz solar, hay evidencias que demuestran que existe una alta prevalencia de deficiencia de esta vitamina. Por esta razón es que entes científicos recomiendan su adición a alimentos, como es el caso del arroz en Perú que no solo contiene vitamina D, sino otros nutrientes como el hierro, zinc, vitamina A y otros para erradicar la anemia nutricional en el país.
La fortificación es un proceso en el cual se adiciona al alimento uno o más nutrientes con el objetivo de mejorar su calidad. Este procedimiento resulta de especial interés para los nutricionistas, ya que es una estrategia para controlar o reducir las carencias nutricionales de los consumidores.
En algunos países este proceso se utiliza para ajustar el contenido de nutrientes a los alimentos procesados, de modo de restablecer los valores nutricionales previos al procesamiento. Por ejemplo, los cereales que son sometidos a una molienda importante, como la harina de trigo, pueden perder nutrientes durante el proceso; es allí donde la fortificación viene a recomponer este déficit propio del proceso productivo.
Las siguientes son algunas de las condiciones, consideraciones y principios relevantes para los que planean fortificar uno o más alimentos a fin de mejorar el estado nutricional. Se aplican sobre todo a la fortificación como estrategia para enfrentar las carencias de micronutrientes.
Como pudimos ver, está claro que la vitamina D tiene funciones importantes en nuestro cuerpo además de sus efectos clásicos sobre la homeostasis del calcio y los huesos. Existen evidencias que demuestran que tiene efectos beneficiosos sobre el sistema inmune y las paredes pulmonares, y en medio de una pandemia como la actual, en donde el principal foco de ataque del virus es el sistema respiratorio, la idea de reforzar el sistema inmunológico y el aparato respiratorio con esta vitamina no es descabellada.
Aquí entran en escena los alimentos fortificados; éstos son grandes aliados a la hora de compensar las carencias nutricionales en general. Hoy en día en un contexto difícil como consecuencia del COVID-19, en donde la exposición al sol se ve disminuida debido al confinamiento, y sumado a que la población presenta un déficit importante de Vitamina D, fortalecer los alimentos con dicha vitamina resulta muy beneficioso. Si a eso le sumamos los estudios recientes que ponen a la vitamina D como un arma más a la hora de reforzar el sistema inmunológico en esta lucha que pareciera no terminar, podríamos pensar que acompañar los cuidados cotidianos con la ingesta de esta vitamina sería una gran ayuda para mejorar nuestra calidad de vida.